Rafael es el dueño de un restaurant que lleva el apellido familiar, Belvedere. Desde hace tiempo, él se ha hecho cargo de todo. Está separado, tiene una hija de ocho años, una novia veinte años mayor (que su hija), una ex-esposa, padre de vitalidad no hereditaria, madre en un geriátrico, acreedores varios, insomnios que son una pesadilla, noches con los capítulos de El Zorro en la tele como única compañía, un celular pegado a la oreja, mal carácter, malestares estomacales, actitudes egoístas y problemas de todo tipo y origen varias veces al día y en forma simultánea para que no pueda jamás pensar, al menos un segundo en su vida, cómo hacer que las cosas se modifiquen.

Norma, su madre, tiene Alzheimer y Nino, su lúcido padre, siente y actúa como Rafael jamás ha podido. Presionado para vender el restaurant, usa los afectos como herramientas a su servicio, y su actual pareja agoniza por sus manejos y silencios. Recibe los insultos de su ex-esposa por olvidarse de buscar a su hija en la escuela y los reproches de su hija, asustadiza y temerosa por los manejos y discusiones de sus padres y desconfiada e incrédula con Rafael como una forma de defensa ante tantas promesas incumplidas. También la aparición de un extraño sujeto que resulta ser Juan Carlos, su viejo compañero y amigo de la infancia al que no ha visto por años, complica aún más la vida de Rafael cuando irrumpe cargoso y confianzudo casi pegándose a él.

Como si no fuera suficiente, una noche, su padre le cuenta que quiere casarse por Iglesia, acontecimiento nunca concretado debido a las creencias anarquistas de Nino en su juventud.

A partir de un ataque cardíaco, Rafael acepta la oferta para la venta del restaurante y  decide ayudar a su padre en concretar el casamiento con su madre. Pero ante una consulta en la parroquia del barrio, se enteran que deben esperar una autorización especial de la Iglesia para el mismo. Luego de un tiempo, cuando en una segunda visita le comunican a Rafael que la Iglesia ha negado dicha autorización, decide ocultárselo a su padre y organizar de todas formas el casamiento.

En la capillita donde fueron tantas veces, Rafael entra con Norma del brazo y en silencio. Está la familia, los amigos, la gente de Belvedere y parado frente al altar, Nino, impecable. Norma no advierte nada, a veces se quiere ir. En una especie de ceremonia, un falso cura, los declara marido y mujer y se van los recién casados caminando del brazo, despacito, sin música ni exclamaciones.

Llegan en un auto a la cuadra de Belvedere. Extrañado, sin nostalgia, Nino quiere saber a qué vinieron si ya no es de ellos. Rafael le dice que compró otro, el de enfrente que se había fundido, más chiquito y humilde. Empezar de cero como su padre le parece un gran comienzo. Nino abraza a Rafael como nunca lo hizo, toda la vida puesta en ese abrazo. Nati y Sandra lloran, todos están emocionados y felices. La fiesta es silenciosa, tranquila. Victoria quiere que su papi se case así le organiza su fiesta, Nino le da torta de bodas a Norma en la boca, juguetón. Rafael y Nati los ven a lo lejos y él siente que su padre es como ver bailar a Fred Astaire, parece tan fácil. Nati suelta un "sí, quiero". Rafael se va a sacar una foto con sus padres, como aquella de nene donde estaba en el medio de sus padres pero ahora es Norma la que está en el medio, linda, sonriente. Aunque Nino y Rafael, lamentablemente, salen movidos.

Rafael es el dueño de un restaurant que lleva el apellido familiar, Belvedere. Desde hace tiempo, él se ha hecho cargo de todo. Está separado, tiene una hija de ocho años, una novia veinte años mayor (que su hija), una ex-esposa, padre de vitalidad no hereditaria, madre en un geriátrico, acreedores varios, insomnios que son una pesadilla, noches con los capítulos de El Zorro en la tele como única compañía, un celular pegado a la oreja, mal carácter, malestares estomacales, actitudes egoístas y problemas de todo tipo y origen varias veces al día y en forma simultánea para que no pueda jamás pensar, al menos un segundo en su vida, cómo hacer que las cosas se modifiquen.

Norma, su madre, tiene Alzheimer y Nino, su lúcido padre, siente y actúa como Rafael jamás ha podido. Presionado para vender el restaurant, usa los afectos como herramientas a su servicio, y su actual pareja agoniza por sus manejos y silencios. Recibe los insultos de su ex-esposa por olvidarse de buscar a su hija en la escuela y los reproches de su hija, asustadiza y temerosa por los manejos y discusiones de sus padres y desconfiada e incrédula con Rafael como una forma de defensa ante tantas promesas incumplidas. También la aparición de un extraño sujeto que resulta ser Juan Carlos, su viejo compañero y amigo de la infancia al que no ha visto por años, complica aún más la vida de Rafael cuando irrumpe cargoso y confianzudo casi pegándose a él.

Como si no fuera suficiente, una noche, su padre le cuenta que quiere casarse por Iglesia, acontecimiento nunca concretado debido a las creencias anarquistas de Nino en su juventud.

A partir de un ataque cardíaco, Rafael acepta la oferta para la venta del restaurante y  decide ayudar a su padre en concretar el casamiento con su madre. Pero ante una consulta en la parroquia del barrio, se enteran que deben esperar una autorización especial de la Iglesia para el mismo. Luego de un tiempo, cuando en una segunda visita le comunican a Rafael que la Iglesia ha negado dicha autorización, decide ocultárselo a su padre y organizar de todas formas el casamiento.

En la capillita donde fueron tantas veces, Rafael entra con Norma del brazo y en silencio. Está la familia, los amigos, la gente de Belvedere y parado frente al altar, Nino, impecable. Norma no advierte nada, a veces se quiere ir. En una especie de ceremonia, un falso cura, los declara marido y mujer y se van los recién casados caminando del brazo, despacito, sin música ni exclamaciones.

Llegan en un auto a la cuadra de Belvedere. Extrañado, sin nostalgia, Nino quiere saber a qué vinieron si ya no es de ellos. Rafael le dice que compró otro, el de enfrente que se había fundido, más chiquito y humilde. Empezar de cero como su padre le parece un gran comienzo. Nino abraza a Rafael como nunca lo hizo, toda la vida puesta en ese abrazo. Nati y Sandra lloran, todos están emocionados y felices. La fiesta es silenciosa, tranquila. Victoria quiere que su papi se case así le organiza su fiesta, Nino le da torta de bodas a Norma en la boca, juguetón. Rafael y Nati los ven a lo lejos y él siente que su padre es como ver bailar a Fred Astaire, parece tan fácil. Nati suelta un "sí, quiero". Rafael se va a sacar una foto con sus padres, como aquella de nene donde estaba en el medio de sus padres pero ahora es Norma la que está en el medio, linda, sonriente. Aunque Nino y Rafael, lamentablemente, salen movidos.